Hay una poesía del día y una poesía de la noche. La obra de Maria do Sameiro Barroso forma parte, sin duda, de esos universos poéticos en los que la noche es paisaje y recurso permanente. Los poemas de este libro se encuentran en ese límite siempre mal definido entre la herencia literaria y filosófica del romanticismo y la estética engañosa de los movimientos finiseculares, especialmente, el simbolismo. Esto no quiere decir que sea una poesía caduca o superada; por el contrario, estos textos están muy impregnados por las diversas voces que más se difundieron durante todo el siglo XX, y no solo las occidentales, puesto que gran parte de lo que se lee aquí evoca experiencias poéticas menos comunes, a saber, la poesía clásica persa y árabe, algo de la poesía hindú e incluso, hay destellos de imágenes bíblicas, en particular, del erotismo suave y fuertemente espiritual del Cantar de los Cantares. La gama de referencias intertextuales es, por tanto, muy amplia y no debe subestimarse la presencia en este, como en algunos otros libros de la autora, de fuertes marcas de la cultura alemana, en lo que, con cierta libertad de expresión, podría llamarse " sinfonismo " poético de este libro. Se trata de una escritura compacta, rica en sugerencias metafóricas, de acordes que dan cuenta de armonías ocultas, atravesadas por frases melódicas, que llevan aquí y allá disonancias. Y el lenguaje que uso no es exagerado, en un libro esencialmente musical y dominado por la magia de quienes desean erigir y poseer la fuerza de los mitos, en un registro muy personal. En los poemas en prosa de A Noite e as Máscaras hay misterio y coherencia al mismo tiempo, ya que todo lo misterioso aparece en un cierre total, a diferencia del enigma, que se nutre de lo meramente fragmentario. La naturaleza y el espíritu son los rasgos de este libro, pero la naturaleza que encontramos aquí, (se nombran decenas de plantas y flores, así como árboles y piedras, elenco con el que trata de delimitar el espectro de emociones y sentimientos humanos, e incluso establecer su propio marco de pensamiento poético) es altamente simbólico, multiplicando las claves de acceso a este universo personal basado en la nostalgia ilimitada de los fundamentos de la realidad, de lo que nos une a todas las cosas, es decir, el espíritu. No es, por tanto, en modo alguno, la naturaleza vista desde la perspectiva de la tradición naturalista, sino más bien desde una óptica subjetiva que condiciona la expresión poética, transformando el paisaje en algo que es, por encima de todo, un proceso retórico. La autora viaja con frecuencia por la literatura y la cultura alemanas, como ya he mencionado (algo que confirman los epígrafes de algunos de estos poemas), lo que conduce a encontrar similitudes con el pensamiento de Schelling en su forma poética de concebir la naturaleza, especialmente en lo que respecta a obras como Von der Weltseele, que enfatiza precisamente la identidad de la naturaleza y el espíritu. Al principio hablé de influencias románticas y lo hice principalmente apoyado en la dimensión filosófica del tema de la noche, que aquí adquiere esa palidez trascendente que recuerda a Hölderlin y, sobre todo, al Novalis de los Nachthymnen que, en cuanto a la importancia de la noche, se aleja de Schelling, que valoraba sobre todo la energía solar, como tema simbólico y filosófico. La Noche Romántica es el absoluto, metáfora del Uno, con su opacidad y espesor misterioso, a la vez inmanencia y trascendencia, que vive precisamente de la duplicidad y la indeterminación. La noche es en este libro de Maria do Sameiro Barroso, tierra de recogimiento a la que solo el lenguaje da acceso. La escritura de estos poemas se desborda en su ardor insatisfecho, en su búsqueda, que refleja variedad cuando quiere responder a la inmensidad del Todo y que tiene una idea subyacente de la noche como retorno al tiempo inicial en el que el mundo estaba por suceder, donde todo era posible, muy de manifiesto en la frase "Y vuelvo a la vieja y pura noche de la nada". El vocabulario predominante en el libro transmite, por un lado, una sensible inclinación por la luz, savia, vida cíclica y por otro lado, se extiende por el campo del sueño, es decir, por algo que florece y protege, teniendo como contrapunto el campo de la sepultura y lo petrificado. Entre estos dos mundos brilla el cuerpo como un rayo: hijo de la noche que anuncia el amanecer, es la fuerza que transporta la promesa. La noche arraiga pero, al mismo tiempo, tiene una función catártica, liberadora, un espacio místico por excelencia que nos acerca al arcano atemporal, origen y significado de todo, como en S. Juan de la Cruz. En el conjunto de partes que introduce el ya lejano libro de Maria do Sameiro Barroso, titulado Mnemósine, encontramos un fragmento de Mircea Eliade que refuerza esta idea, que surge como una declaración de intenciones, un programa de construcción, de poiesis en el amplio y sentido original de la palabra:«El pasado así desenredado es más que el antecedente del presente: es su fuente. Remontándose a ella, el recuerdo no busca situar los acontecimientos en un marco temporal, sino llegar a lo más profundo del ser ». ¿Y no es, después de todo, este trasfondo de ser el significado último lo que, más allá de los significados con los que se cruza nuestra existencia, la poesía siempre ha buscado de tantas formas diferentes? A Noite e as Máscaras es un libro de gran coherencia, compuesto por un conjunto de poemas en prosa, atravesados por líneas maestras que, creando sus ritmos más profundos, aseguran su unidad. No es un conjunto de fragmentos que se basen en la inconclusión y la dispersión: más bien, estos poemas se funden en un todo, como afluentes de diferentes orígenes que espesan el flujo en un solo curso rumbo a un solo horizonte. Cada afluente es una especie de memoria cristalizada, producto de las transfiguraciones que en él opera el propio lenguaje y que arrastra la fuerza del texto en su empeño por llegar a la inmensidad del mar del espíritu: «Los recuerdos son planetas aislados en el misterio de su música », leemos en el poema« Esfinges ». Los poemas en prosa, que aquí se presentan, son los rostros de una búsqueda interminable y decidida. Buscan tomar el aliento de algo que el mundo da y esconde al mismo tiempo, una realidad que juega al escondite con la ansiedad humana; su estilo es una música de sugerencias donde «Llega un aliento más fuerte (…) de la mano de las palabras», como leemos en el poema «Respirar». En algunos poemas ("Noches blancas", "Penélope" y otros) hay vagas sugerencias narrativas, como si las estrellas fugaces se desgarraran del cielo del texto en un breve vértigo, vagos impulsos de ficciones, un confabular que nunca cae en la tentación diegética, a diferencia de lo que ocurre con los poemas en prosa de Aloysius Bertrand o Baudelaire. Estos breves, casi imperceptibles bocetos no son más que una tensión entre sueño y realidad, entre el pasado revuelto por el sentimiento y el pensamiento y un presente siempre cautivado por las mil flores del momento, recordando la atmósfera otoñal de los poemas en prosa de Verlaine o Stefan George, y queriendo invocar una ausencia que cree es reflejada en la presencia de lo que nos rodea, pero que la mirada poseída por el diablo de la costumbre no puede ver, como cuando nos miramos en un espejo, buscando en la imagen reflejada lo que el original no nos deja ver. También en ese aspecto, encuentro en estos poemas algo de la maravillosa indeterminación que caracteriza el lenguaje de ciertas historias, aunque desprovisto de la trama fabulista que las caracteriza y reducido solo a un ambiente en el que los elementos naturales adquieren un brillo inquietante que, en cierto modo, los convoca como testigos o agentes del cruce y del descubrimiento que pretende poner en marcha. En este pasaje se confunde el sujeto lírico con las imágenes que crea el texto, constituidas por sus máscaras.
Se trata de una poesía que otorga a los sentidos una amplia proyección espiritual que busca captar las correspondencias sutiles en las cosas, a través de dispositivos cinestésicos ("Solo el viento se escuchó como una caricia de marfil blanco"), otorgando a los datos inmediatos de la conciencia el valor de las señales de una verdad remota o, por usar una hermosa frase de uno de los poemas, dándoles una “luz pura que aún no ha cristalizado en forma de cosas tangibles”. Poesía y prosa se funden en estos textos en los que la música es un atractivo de la poesía, cumpliendo uno de los propósitos originales del poema en prosa romántica. Como si la prosa del mundo se sublimase, se decantase, se evaporase en raros sonidos que presentan el misterio de la vida como una ofrenda. El amor atraviesa estos poemas como una sombra, una irrealidad que nunca se asentará y que, como cualquier otra forma de belleza, tendrá una vida fugaz. Su objeto es algo indefinido, el vacío que convoca los ejercicios del deseo. Hay, pues, un tú impreciso que sustenta estos enunciados veloces que parecen despeñarse en los abismos del sentido, en una libertad que a veces evoca los vuelos de la escritura automática. Cada poema es una máscara, una imagen tomada del lento fluir de una tristeza que sabe reinventar la realidad, un fingimiento escenificado por la esencia de las palabras que se presentan como un rostro que «absorbe nuestra savia y nos imprime sus contornos».
José Manuel de Vasconcelos
( Trad. Gema Estudillo )