Artículo aparecido en el número 4 de Alameda 39.
Traducción del portugués: Gema Estudillo
Fernando Cabrita
La primera edición de Aullido en
Portugal data de 1973 y fue presentada a los lectores portugueses por la hoy ya
histórica colección de Cuadernos de Poesía D. Quixote. La traducción era de
José Palla e Carmo y la edición tenía, como era costumbre en todos los
volúmenes que la componían, una imágen contrastada en blanco y negro sobre un
fondo verde claro de cubierta. La imagen era del poeta Allen Ginsberg, entonces
para nosotros absolutamente desconocido. Pero aparecía en la imagen como un
santo o un revolucionario aturdido por el mundo le tocó vivir. Antes que nada
debemos decir que, aunque la poesía de Ginsberg llegó hasta nosotros con 18
años de retraso respecto a su primera lectura pública (EEUU, 1955), los jóvenes
portugueses de entonces que amaban la poesía sentían su llamada y buscaban
ávidamente algo nuevo, ya fuera una ruptura, un nuevo soplo de aire o un nuevo
espíritu que transgrediera los, entonces engañosos para nosotros, neorealismo y
surrealismo, tardíos también ambos pero ya agotados después del fulgor de las
décadas de los '50 y '60: Para esos jóvenes – entre los que me incluía yo a los
19 años - esta edición era una epifanía.
A pesar de esos 18 años de retraso, casi dos
décadas, el extenso poema de Ginsberg venía y vendría a marcar indeleblemente
la joven literatura de entonces, tanto la que ya se publicaba como la que aún
no se había publicado; la literatura que nacía de los poemas de adolescentes y
jóvenes que empezaban a labrar una nueva y personal forma de escribir. Jóvenes
que escribían con arrojo y esperanza y siempre con el ansia de encontrar en las
palabras y por las palabras algo diferente, algo nuevo, algo que nos
proporcionara el asombro y la magia de la poesía que, siendo etérea, no dejase
de ser profundamente humana; que, siendo rebelde, no estuviese subordinada a
posicionamientos ideológicos. Lo que anhelábamos para un poema era un modo de
expresión que fuese al mismo tiempo atemporal y libre, arriesgado y alegre, la
maldición y la ascensión a lo más sublime, la denuncia y la experiencia, por
más abyecta y dolorosa que fuera.
Y entonces cayó en nuestros brazos y en nuestra
alma esa ansiada voz libre, nueva y maldita.
Y gracias al deseo de conocer a ese autor y a sus semejantes, supimos
enseguida que estaban revolucionando la literatura americana y de paso, la
anglo-sajona y mundial desde finales de los 50.
Unos meses antes,
también de la mano de los Cuadernos de Poesía D. Quijote, hizo acto de
aparición un joven escritor portugués, Nuno Júdice, que trajo con su primera
obra, La noción de poema, una
revolución en la temática, en el pensamiento y en la forma de la poesía
nacional. Eran tiempos gloriosos para mi generación, esa juventud de finales de
los 60, inicios de los 70, que ardientemente perseguía el sueño de una nueva
forma de expresar poéticamente las emociones, el pensamiento y la sociedad, sin
jamás perder el hilo esencial de su intimidad y de su propia vivencia del
mundo. Júdice y La noción de poema
fue, en ese señalado año 1972 lleno de sueños, ilusiones y esperanzas, pero
también de miedo, oscurantismo y
opresión en la Portugal salazarista/ marcelista, una señal de primavera
literaria y - como ya escribí cuando
me referí a Nuno Júdice y a su libro
en Ocho Libros de Ocho Poetas -una
profunda innovación de la poesía, basada en un "pensamiento crítico sobre la propia poesía, metapoesía, si lo que
queremos; algo que, sin embargo en aquel entonces, aún no percibíamos
totalmente en toda su amplitud pero gracias al cual sentíamos la presencia
fresca y altiva de un lenguaje poético absolutamente nuevo, absolutamente
cautivador para cuantos estaban esperando que algo viniera y nos tocara, como
un dedo de dios en la Capilla Sixtina de nuestras almas juveniles. En realidad,
éramos tan jóvenes que no percibíamos muy bien lo que allí había, pero
percibíamos que aquello era una cosa nueva y diferente. Vimos una poesía que
transgredía las reglas de la poesía. Era una voz nueva, genuina, vibrante, que
trangredía las formas preestablecidas y todas las experiencias anteriores”
La llegada a Portugal de Aullido, que recogía fragmentos de Kadish y Reality Sandwiches,
otro de los libros detacados de Ginsberg, inmediatamente después de Júdice, nos
dio a conocer lo que ya venía de lejos, de casi dos décadas atrás, ese
movimiento literario que despertó en la América de los años 50 y que se
presentía y atisbaba en La Noción de
Poema, obra maestra que, lo vimos después, también contenía en sí esa
influencia salvífica e innovadora de
la generación literaria que en Estados Unidos se designaría a sí misma como
beat-generation.
El camino estaba abierto. Leimos a Ginsberg y
después de él quisimos saber quién era
Jack Kerouac, quién era Carl Solomon, quién era William Carlos Williams, quién
era el editor de esa extraordinaria City Ligths, que tan valientemente golpeó
la cerrada moral americana con la edición de este libro; y quisimos conocer a
Lawrence Ferlinghtettin y después, a Harold Norse, a Langston Huges, a Frank
O'Hara, a Anne Sexton, a Gregory Corso o a Diane de Prima.
En el plano personal,
yo conocía ya la poesía de Walt Withman, en una edición antigua de 1943 que
estaba en la estantería de mi padre al lado de una edición americana, (creo que
de Pinguin, aunque ahora no lo sé con certeza) ; y por lo tanto había leído ya
precozmente a Withman en bilingüe, superando el inglés a base de esfuerzo con
la versión en portugués para ir decodificando las expresiones inglesas más
difíciles. Y leyendo a los autores de la beat genaration -Ferlingethi aparece
también de seguida publicado en los Cuadernos de Poesía D. Quijote – pude darme
cuenta de cómo el movimiento beat continuaba la impresionante revolución
literaria que Withman había iniciado casi un siglo antes y cómo esos nuevos
escritores de vidas aventureras y disolutivas, grandiosas y miserables,
sublimes y decadentes, eran la expresión más auténtica de la nueva América;
pero también de la vieja, la que siempre permaneció escondida y silenciada por
los poderes públicos, por los burócratas y por los moralista; y esa nueva voz
plural que resonaba del otro lado del océano iluminaba por fin la literatura
del mundo entero, se difundía e iluminaba, abría caminos e iluminaba, se
propagaba e iluminaba. Todo cuanto hacía se mezclaba en todas las revoluciones
habidas y por haber, la revolución moral, la revolución sexual, la de las
costumbres, la de las artes, incluso de la música, el teatro, la pintura, el
viaje.
Los autores se liberaban no sólo a través de la
palabra, sino también a través de sus actos. Experimentaban todas las drogas,
todas las inspiraciones, todos los orientalismos. Peyote y zen, LSD y Rock,
pacifismo y daikinis, mantras y sexo, alcohol y vedas, Magic Bus y Ruta 66,
todo era poético, todo se insertaba en el alma grandilocuente de los
desilusionados por la América oficial y oficiosa y por un mundo cerrado y
reconcentrado que sólo podía ofrecer almas cerriles, misas ideológicas,
izquierda y derecha gastadas y absurdas, dogmas y disciplinas.
Ahora bien, de ese
mundo que vio nacer la poesía beat, también nació un mundo nuevo en el que se
fundaba la poesía. Y ese mundo ansioso, bravo, emergente va paralelo, al mismo
paso y al mismo ritmo, que la nueva literatura en prosa y poesía. . Francia conocía el Mayo de 68. Inglaterra veía nacer el movimiento hippie y
todas las manifestaciones sociales, artísticas y morales que lo acompañaron.
Las dictaduras viejas agonizaban ya, aunque no lo supieran. América despierta
generacionalmente debido a la tremenda injusticia de la guerra de Vietnam. Los
jóvenes de todo el mundo buscaban un nuevo modo de entender y de entenderse -y
querían conocer lo que había más allá de lo que les enseñaban en los manuales,
querían poseer otro espíritu y buscaban la enseñanzas del budismo y de la paz,
abiertos a lo nuevo, a lo extraño, a lo diferente. Buscaban en el mundo pero esencialmente,
buscaban dentro de sí mismos. Fue una juventud de rostro multinacional y
multicultural que sin embargo, ya pasó como todas; y las revoluciones
prometedoras cayeron bajo la pata agreste de un nuevo / viejo mundo retornado
en el que la única regla es la codicia, el éxito a cualquier precio, el
adoctrinamiento, la servidumbre disfrazada de libertad, la teocracia galopante.
En Portugal, la mayor parte de la poesía que se
escribe a partir de los años 70 está en deuda, en mayor o menor medida, aunque algunos no puedan reconocerlo,
con los autores de la generación beat. Hay algunos ejemplos:
José Palla e Carmo, por supuesto, profundo
conocedor de la poesía americana, quien la introdujo en Portugal a finales de
los años 50 con sus traducciones de Ezra Pound, Elliot y luego de Ginsberg y
Ferlingetti; la poesía de Nuno Júdice como aludí más arriba, en esas primeras
obras donde está clara la transgresión de las reglas de la poesía, pero de modo
absolutamente natural, la cadencia poética de la frase, el poeta que habla de
sí mismo al hablar del mundo; poetas como el poeta luso-estadounidense Frank X.
Gaspar de la diáspora portuguesa; o Juan Carlos Raposo Nunes, o Ruy Belo por lo
menos en las obras Toda la Tierra
(1976) y Despojado de la Tierra de la
Alegría (1977); algunos como Manuel António Pina; o la poeta Margarita Vale
de Gato (también traductora e investigadora de la poesía norteamericana); o
Joaquim Pessoa, José Carlos Barros, Paulo da Costa Domingos o Antonio
Baeta; y actualmente, Juan Bentes.
Además muchos de los cantautores de aquellos
años 70/80: Sérgio Godinho, José Mário Branco, José Afonso en su etapa final
con mucha claridad, Jorge Palma, Mario Mata, e incluso todos lo que, bajo una u
otra opción diseñaron baladas, rock portugués, los rappers o punk, fueron
tributarios de Dylan, Donovan, Amiri Baraka, Meredith Monk, Sonic Youth o Patti
Smith.
En la prosa, donde es notable la influencia de
William Burroughs, Kerouac o Bukowsky en escritores como Lobo Antunes, Alberto
Pimenta, o la propia escritura de Saramago. En el caso de la escritura, la
libertad de la prosa, la subversión de las reglas asumidas como clásicas hasta
entonces, el modo displicente de exponer pero sin herir la unidad del texto ni
su rigor.
Yo mismo siento en mi escritura, clara e
ineludiblemente, la profunda influencia de la poesía Beatnik. La siento
presente en el modo, en la expresión y en las muchas referencias, tanto en las Visiones de Marín, de 1987, como también en libros posteriores, y
muy claramente en la Oda en Viaje, en
la Oda a la Libertad, en Lejos de Sefarad, en el Sermon de la Montaña (además dedicado a
Ginsberg) y en Oda a la Europa Muerta.
La herencia beat se mantiene plena y viva a
nivel literario. A pesar del imparable giro de las generaciones, del eterno
evolucionar de los tiempos, del regreso peligroso a los años oscuros de los
nuevos fascismos, de las multitudes de creyentes ululantes que gritan desde el altavoz de su ignorancia por Dios y
por la muerte de los demás, cuando repito, a pesar de todo esto, los poemas de Ginsberg o de Crane o de
Ferlinghetti siguen ofreciéndonos, como el primer día y la primera lectura,
aquel profundo choque de asombro y deleite, y siguen su camino influenciando a
generaciones de las que dista ya casi un cuarto de siglo , sabemos que el
estilo, el ritmo, la claridad y el coraje literario de esa generación se
superpone al paso del tiempo. Sobrepasó las circunstancias de su época de
creación, sus límites temporales y locales, su contextualidad geográfica.
Superó el curso de los años y alcanzó para siempre, su inextinguible
inmortalidad.
Fernando Cabrita es abogado, poeta, ensayista y director del Festival Poesía a sul en Olhao ( Algarve )
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