Estoy aquí. En Metaponto. Sentada a los pies del templo de Hera, tumba de Pitágoras. El golfo de Nápoles es un gran tesoro Ni siquiera aquí puedo dejar de pensar en ti. En lo que te habría gustado visitarla. Con tu puñado de reglas y de números. Con tu admiración por los clásicos. Habrías sido un gran discípulo en su escuela, fascinado siempre por el conocimiento y el universo. El cielo es aquí una esfera inmensa muy azul que cubre nuestras cabezas y parece estar más baja de lo normal. Imagino cuántas noches pasó el matemático mirando aquí las estrellas y te veo a ti pensándolo desde tu sillón, admirando su sabiduría, hablándonos de él, explicándole a tantos niños quién era. No sé cuántos planos puede contener la vida en un mismo instante, si pueden superponerse o no, pero en este instante todos, mi presente y vuestros pasados, todos, están en mí, en esta piedra sobre la que ahora escribo, cada uno en su tiempo. Por alguna razón quise venir, aunque el lugar está fuera de la ruta. Por alguna razón quise sentarme aquí y recordarte. Y ahora pienso en él y pienso en ti y miro al cielo, este cielo azul y abierto, sostenido sobre quince columnas para seguir o terminar - quién sabe - de hacer mi duelo. Pensando que quizás las estrellas sean más leves que la tierra, que a todos deberían enterrarnos así, en un campo bien abierto donde oír por siempre la música de los números.
“Tengo una atmósfera propia en tu aliento, la fabulosa seguridad de tu mirada con sus constelaciones íntimas, con su propio lenguaje de semilla”. Vicente Huidobro.
domingo, 18 de agosto de 2019
METAPONTO, Gema Estudillo
Estoy aquí. En Metaponto. Sentada a los pies del templo de Hera, tumba de Pitágoras. El golfo de Nápoles es un gran tesoro Ni siquiera aquí puedo dejar de pensar en ti. En lo que te habría gustado visitarla. Con tu puñado de reglas y de números. Con tu admiración por los clásicos. Habrías sido un gran discípulo en su escuela, fascinado siempre por el conocimiento y el universo. El cielo es aquí una esfera inmensa muy azul que cubre nuestras cabezas y parece estar más baja de lo normal. Imagino cuántas noches pasó el matemático mirando aquí las estrellas y te veo a ti pensándolo desde tu sillón, admirando su sabiduría, hablándonos de él, explicándole a tantos niños quién era. No sé cuántos planos puede contener la vida en un mismo instante, si pueden superponerse o no, pero en este instante todos, mi presente y vuestros pasados, todos, están en mí, en esta piedra sobre la que ahora escribo, cada uno en su tiempo. Por alguna razón quise venir, aunque el lugar está fuera de la ruta. Por alguna razón quise sentarme aquí y recordarte. Y ahora pienso en él y pienso en ti y miro al cielo, este cielo azul y abierto, sostenido sobre quince columnas para seguir o terminar - quién sabe - de hacer mi duelo. Pensando que quizás las estrellas sean más leves que la tierra, que a todos deberían enterrarnos así, en un campo bien abierto donde oír por siempre la música de los números.
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Nunca pensé en la belleza de los números, pero después de tus palabras, bien podrían ser, al menos para mí, música de fondo.
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