No sé si todas las parroquias son tan frecuentadas como esta parroquia de San Paulino en mi pueblo. Toca diariamente la misa de maitines, la de la mañana, la de la tarde y entre tanto, da unas cuantas campanadas más que no sé qué significan. La calle es un trasiego de personas que van y vienen. Unas acuden a la sacristía a arreglar una boda, una misa de difuntos, un entierro, un bautizo o a pedir una partida de nacimiento. Otras pertenecen a alguna cofradía o vienen a visitar a las hermanas. La oficina de Cáritas está enfrente y funciona a todo trapo como una oficina de Correos. El ritmo de la vida es el ritmo de las estampas galdosianas. Y me imagino a la señá Benina de Misericordia yendo y viniendo por estas calles. Sin bancos, con un ayuntamiento a medio gas y una oficina del inem que padece indigestión y vomita más gente de la que entra, me pregunto qué sería de este barrio sin la parroquia. La gente se para en mi ventana a hablar, se saluda, se pregunta por la familia, ofrece una información detallada del historial clínico de cada uno o cuenta a dónde va, de dónde viene y porqué, los más existencialistas, mientras yo escribo o dejo acariciar mis duermevelas postoperatorias con su murmullo y sonrío.
08.09.2017
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