domingo, 8 de septiembre de 2019

Convalecencia

No sé si todas las parroquias son tan frecuentadas como esta parroquia de San Paulino en mi pueblo. Toca diariamente la misa de maitines, la de la mañana, la de la tarde y entre tanto, da unas cuantas campanadas más que no sé qué significan. La calle es un trasiego de personas que van y vienen. Unas acuden a la sacristía a arreglar una boda, una misa de difuntos, un entierro, un bautizo o a pedir una partida de nacimiento. Otras pertenecen a alguna cofradía o vienen a visitar a las hermanas. La oficina de Cáritas está enfrente y funciona a todo trapo como una oficina de Correos. El ritmo de la vida es el ritmo de las estampas galdosianas. Y me imagino a la señá Benina de Misericordia yendo y viniendo por estas calles. Sin bancos, con un ayuntamiento a medio gas y una oficina del inem que padece indigestión y vomita más gente de la que entra, me pregunto qué sería de este barrio sin la parroquia. La gente se para en mi ventana a hablar, se saluda, se pregunta por la familia, ofrece una información detallada del historial clínico de cada uno o cuenta a dónde va, de dónde viene y porqué, los más existencialistas, mientras yo escribo o dejo acariciar mis duermevelas postoperatorias con su murmullo y sonrío.

08.09.2017

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