Editorial de la revista Alameda 39.
Núm. 7
Hace ahora 20 años, cuando empecé a estudiar alemán, descubrí la palabra Kulturbeutel que significa bolsa de aseo. Siempre me pregunté cuál sería el origen de esta palabra y qué relación tenía la cultura con el aseo.
Con el uso las palabras se desgastan, van perdiendo la relación con su referente y volver a la etimología es un viaje apasionante de regreso por los caminos que atan el lenguaje humano a la realidad. Descubrir cómo nos hemos formado, cómo percibimos el mundo, cuál era la percepción que teníamos de un objeto justo en el momento de mimetizarlo o plagiarlo por medio lenguaje y estamparlo en alguna palabra, volver a la casilla de salida nos sirve para conocernos.
Algunos años más tarde y gracias al libro de Fernando Broncano Cultura es nombre de derrota, aprendí que " cultura" proviene de la palabra latina "colore". De ella derivan palabras como cultivar ( el cuidado para hacer crecer las plantas aplicando una determinada sabiduría), colonia ( el lugar en el que se reúnen los colonos, las personas que trabajan o cuidan la tierra y con sus cuidados hacen crecer una determinada sociedad ), culto ( el trabajo o el cuidado para hacer crecer el espíritu), cultura ( el trabajo o los cuidados para hacer crecer la dimensión humana), colonizar entonces, no era asentarse en un territorio para expoliarlo sino para cuidarlo. Las entrañas de Kulturbeutel, por fin, se abrían de par en par: la bolsa de aseo es la bolsa de los cuidados. Escribí entonces un post en Facebook que decía así: “En los tiempos que corren convendría enarbolar menos banderas y símbolos y "asearnos" un poco más, consumir más cultura y menos black friday”.
Los misteriosos e imperceptibles hilos que atan el lenguaje a la realidad, la aprehenden e imitan, son mágicos. ¿ Qué fuerza descomunal conmovería al mono-hombre a imitar la naturaleza por medio del lenguaje para poseerla y doblegarla sin poder oponer resistencia?
Durante este año nefasto, que acabamos de dejar atrás, hemos vivido imágenes dantescas que pensábamos veríamos sólo en el cine: pérdida de amigos y familiares, aumento de las distancias sociales, restricciones de muestras de cariño y de movilidad… y, sin embargo, la cultura estuvo ahí para acompañarnos. En los peores momentos, el cine, la música, los libros...cuidó y sanó nuestro espíritu, curó nuestras heridas, nos exhaló un soplo de esperanza, e incluso, nos salvó de la locura, la depresión y la soledad.
No importa en qué lenguaje ocurra el hecho poético. No importa la forma en la que se materialice: notas musicales, lenguaje plástico, símbolos matemáticos o lingüísticos, jeroglíficos, movimiento corporal, danza … el hecho poético en sí es anterior a todos ellos y los trasciende, trasciende géneros y disciplinas artísticas.
Con el libro de Manuela Parra, que aquí reseñamos, aprendimos que es en los peores momentos de la humanidad, en el exilio político, en la ausencia de libertad en los campos de concentración, en la prisiones, en los momentos en los que el ser humano lo ha perdido todo, trabajo, casa, amigos, hijos… donde el hecho poético se manifiesta de forma más intensa y se convierte en una necesidad vital.
¿ Es posible escribir poesía después de Auschwitz? ( Adorno). Sí, definitivamente sí. Y durante Auschwitz también. No sólo posible, sino necesaria; mucho más cuando al hombre le es arrebatado el derecho a la palabra, a la cultura, al cuidado de uno mismo y de los otros.
Poesía fue aplaudirnos los unos a los otros, escribir en la ventanas que pronto saldríamos de esta, preguntar a nuestros vecinos si podíamos ayudarles, subirles la compra hasta el quinto, llamar a los amigos cuando perdieron al amor de su vida, a su padre o a alguien cercano, escuchar por el mero hecho de saber que a alguien le hace bien, recibir llamadas de amigos casi olvidados interesándose por nosotros, sostener a los niños para que no sufrieran y que siguieran pensando que la vida era bella y valía la pena vivirla y de que a pesar de todo, “ todo esto pasará”.
Poesis no es el virtuosismo de la técnica, no es la orfebrería lingüística, no es el artificio literario, no es la industria cultural ( industria - cultural ¡ qué combinación !), sino la búsqueda de la belleza, la belleza poética que no estética, y es esa semilla la que quizás debemos cuidar.
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