Poesía y
desplazamiento: el caso de los poetas latinoamericanos en España*
Benito del Pliego
De migraciones y poetas
Si las historias nacionales de la literatura
tuvieran que dejar de lado las obras escritas fuera del lugar de origen de sus
autores, nos encontraríamos con un panorama significativamente diferente del
que nos ponen hoy ante la vista los manuales de literatura. La separación del
lugar de origen (el exilio, el viaje, la expatriación) son temas centrales para
la literatura de todos los tiempos, en parte porque estos desplazamientos
(forzados o deseados) son una constante en la humanidad. También en los textos fundacionales
de las literaturas romances de la Península este asunto está presente: las
jarchas indagan con frecuencia en el dolor que produce la separación del amado;
en El mío Cid el exilio del héroe castellano es una parte esencial de la
trama. El asunto se convierte en una constante desde el romanticismo, y no solo
porque la situación política española desencadena el primer exilio masivo de
intelectuales, sino también porque la figura del viajero y el extranjero ganan
en estatura simbólica. Sin embargo, nunca había habido tantos autores
escribiendo fuera de su lugar de origen como en el presente, ni tantas personas
interesadas en las particularidades de sus historias. Claro está que los
motivos de estas migraciones tienen poco que ver con motivos estéticos (como
sucedía a principios del siglo XX con artistas que buscaban en Francia el
epicentro de las artes de su tiempo). La diáspora literaria de hoy crece junto
a los movimientos migratorios que se vienen produciendo en las últimas décadas
y han comenzado a ofrecer frutos que cuestionan los modelos tradicionales de
comprensión y transmisión de la literatura propuestos por las instituciones
literarias de los países a donde esos escritores llegan. Por esta vía la
conexión entre literatura y migración comienza a dar lugar a consideraciones
donde lo sociológico y lo estrictamente literario se ven obligados a dialogar.
Un diálogo de ese tipo sigue a continuación en relación a dos aspectos
específicos dentro de estos campos: el de la poesía y el de los poetas latinoamericanos
establecidos en España.
Migraciones, poesía y discurso de masas.
Se estima que existen en el mundo unos 250 millones
de personas que trabajan fuera de su lugar de origen. Lo más llamativo de este
fenómeno no es, sin embargo, el número (un porcentaje mínimo de la población
global), sino la honda repercusión que tiene tanto en las sociedades implicadas
de uno y otro lado. En España, un país que estuvo enviando remesas de
trabajadores al extranjero hasta los años 70, la cantidad de los nacidos en
otro lugar se multiplicó desde los años 90 y los primeros de la (llamada)
crisis económica y llegó a situarse por encima del diez por ciento de la
población total. En Porcentaje, este fue uno de los incrementos más acelerados
del mundo, muy próximo al de dos de las regiones con una tradición más fuerte y
sostenida, EE.UU. y Alemania. Sin embargo, en cuanto la significación de estos
datos solo puede medirse teniendo presente la respuesta social que tiene,
probablemente lo que mejor refleja la importancia del fenómeno es su continua
aparición entre los temas que, según las encuestas oficiales de opinión
pública, más preocupaban a los españoles; un indicador complementario parece
ser la permanente cobertura que hacen de él (y de sus reverberaciones
políticas) los medios de comunicación. Hoy, tras casi una década de “crisis” el
signo migratorio vuelve a ser positivo y la población de españoles nacidos en el
extranjero es de unos cuatro millones y medio.
No hace falta mirar muy lejos para darse cuenta de
que los efectos del desplazamiento masivo de personas, tal y como se produce en
muchas sociedades desde mediados del XX, tiene complejas ramificaciones. La
amplia presencia de la inmigración como tema en las artes y la literatura
ratifica la sensación de que tiene una evidente derivación cultural. Al hilo de
esta expansión han surgido nuevos campos de estudios (los estudios postcoloniales
y las áreas étnicas de ciertas literaturas nacionales) y también aportaciones
teóricas tan significativas como las de Edward Said. Por otro lado, algunos de
los creadores y de las poblaciones marcadas de algún modo por la experiencia
del desplazamiento también han encontrado una aceptación pública indiscutible;
así, por ejemplo, en Estados Unidos, asuntos como la literatura hispana en sus
diferentes manifestaciones (chicana, nuyorican, cubana…) ocupa ya un espacio
propio tanto en los temarios de los departamentos de inglés de las
universidades, como en las librerías y las bibliotecas.
A juzgar por ese interés, lo que el cine, la novela
o la fotografía tengan que decir sobre este asunto es muy significativo. Estos
medios ámbitos una vía más de comunicación para (y con) los que se ven
directamente tocados por la experiencia; además, la producción cultural de (o
sobre) estas minorías supone una alternativa a los discursos que tienden a
presentarlos de forma unívoca desde los espacios de poder... Los medios de
comunicación de masas son una de las voces más ensordecedoras en esta
discusión; a través de ellos hemos acumulado toda una gama de imágenes
estridentes, a veces apocalípticas, relacionadas con los aspectos más duros del
desplazamiento, la emigración y el exilio; estas voces funcionan como una
verdadera apisonadora crítica que impide cualquier discusión de fondo. Frente a
este tipo de construcción plana del fenómeno, es esencial tener claro que las
repercusiones individuales y sociales no son uniformes, y van más allá de las
situaciones de emergencia con la que la pantalla oscurece nuestra vista. Es
aquí donde las representaciones artísticas del tema adquieren una importancia
capital, pues, en el mejor de los casos, combaten los estereotipos que estamos
denunciando.
Acercarnos a este tema desde una perspectiva tan
específica como la de los poetas permite, en cambio, leer toda una gama de
respuestas creativas donde este (y de otros) asuntos hacen su aparición
mediante un uso individualizado de la palabra. Ciertos aspectos, ciertas
actitudes, ciertas simbolizaciones que encontramos en los poetas, responden a
nociones compartidas con corrientes de pensamiento, pero como en el poema
raramente nos encontramos con referentes inequívocos, estos temas solo surgen
como parte de la búsqueda poética que un texto provoca en los lectores. En
otras palabras, como en poesía la búsqueda formal es parte intrínseca del
sentido del poema, cualquier aproximación a este (o a otros temas) tendrá que
ser trasversal, metafórica, mediada por la conciencia del lenguaje.
Esto no significa que el poema deje de ser relevante
para para el tema que se trata aquí. Prestar atención al modo que se formaliza
el sentido de un poema nos ayuda a ver aquello que los medios de comunicación
hacen invisible: la acción y la ideología del lenguaje en el debate sobre los
desplazamientos. La poesía obra en sentido opuesto al del discurso político y
mediático; mientras este encaja lo que sucede en fórmulas e ideas
pre-establecidas, busca en su análisis la confirmación de las teorías que
sustentan su discurso, confunde lo real con una representación plana y
predecible, una convención domesticada por un lenguaje no menos convencional.
El poema, en el mejor de los casos, desencadena el lenguaje de los prejuicios
que ciegan su capacidad significativa, y nos hace experimentar aquello que el
poema crea; también la intemperie y la inestabilidad, también el trasbordo de
lo familiar a lo extraño.
Del desplazamiento de los poetas al desplazamiento
en poesía.
Por supuesto, el diálogo entre los términos
desplazamiento y literatura no solo concierne a la perspectiva social. El
debate también tiene consecuencias literarias: contemplar la poesía a la luz
del fenómeno del desplazamiento pone en evidencia una serie de tópicos que
operan sobre ella modelando su comprensión y sus alcances. Hay dos asuntos
fundamentales para la tradición literaria moderna que hay que repensar a la luz
de este asunto: el carácter nacional de las tradiciones poéticas y la noción
romántica de que todo poeta es, metafóricamente, un exiliado. A estas ideas
habría que añadir, en el caso del grupo de poetas que se considera aquí, otro
asunto que les afecta de forma particular: la supuesta unidad de la poesía
escrita en castellano (por encima y más allá de sus orígenes nacionales).
El asunto de la nacionalidad y el de la lengua están estrechamente
vinculados desde el Romanticismo. En cuanto la lengua se ha venido considerando
el fundamento de un espíritu nacional, la comunidad establecida en torno a ella
legitima las demarcaciones políticas, y sus manifestaciones literarias se
someten a organización y transmisión canónica nunca exenta de intención. Los
conflictos que estas justificaciones han provocado a lo largo de la historia
están a la vista de todos; la identidad nacional sigue considerándose en
términos excluyentes, aunque de hecho la inscripción de los individuos en estos
ámbitos sea relativa y flexible: se puede ser, y de hecho se es, por ejemplo, español
(y por tanto europeo) y latinoamericano, sin que esto implique mayores
contradicciones. Esta superposición de identidades es una muestra más de lo que
sucede en otros terrenos de la subjetividad.
Los presupuestos nacionalistas siguen siendo un factor determinante en
la configuración de los panoramas literarios que, con demasiada frecuencia,
constituyen la principal puerta de entrada para los lectores a la poesía. La
antología es un instrumento (un género) fundamental para la divulgación de las
obras poéticas y, consecuentemente, para el establecimiento de lo que es, en
ese ámbito, representativo de cierta cultura. Estas antologías tienen fuertes
fundamentos nacionales y lingüísticos, aún en casos como el español donde la multiplicidad
debería ser un asunto consabido. Es inevitable comprender los factores de
carácter práctico que siguen dando vigencia a estas coordenadas; pero también
hay que reconocer sus limitaciones, su ideología y el carácter convencional de
estos criterios; de ningún modo nos encontramos ante hechos naturales y, en
este sentido, cabe la posibilidad de entenderlos desde otras perspectivas.
De hecho, la práctica crítica ha comenzado a dejar ver cierto tipo de
contradicciones. Los autores
latinoamericanos establecidos en el territorio nacional son en este sentido uno
de los mejores indicadores de la ambivalencia crítica. Si, por un lado, la
condición de extranjería sigue pesando en la percepción pública incluso después
de décadas de residencia, por otro, la vinculación lingüística ofrece una vía
innegable de integración. Las tensiones inherentes hacen que ocasionalmente se
crucen los márgenes estrictamente nacionales. Así en las últimas décadas han ido
aparecido antologías de poesía en las que se incluyen autores de origen
latinoamericano ubicados en España como Julio Espinosa Guerra, Andrés Fisher,
Carlos Vitale, Neus Aguado, Rodolfo Häsler, Laura Giordani, Óscar Pirot... Este
acierto crítico, que rompe con la visión nacionalista más estrecha, podría
haber sido culminado de haberse tenido en cuenta el carácter diferencial que
este hecho introduce en la situación (y en la escritura) de alguno de estos
autores. El no-reconocimiento del vínculo entre estos poetas subestima la
importancia que el desplazamiento puede tener en la conformación de las
respectivas miradas poéticas y en la posición que ocupan en el panorama literario
cuyo marco de referencia sigue siendo acotado en términos de nacionalidad. La
actitud igualitaria de los críticos termina por obviar ciertos rasgos, quizá
fundamentales, vinculados a la condición desplazada de este tipo de autores.
También la lengua, paradójicamente, puede suponer
otro condicionante que dificulta su visibilidad. Si les coloca en mejor
situación que a los inmigrantes para quienes el castellano comenzó siendo una lengua
extranjera (de los hay una abundante presencia en España), también encubre las
divergencias en sus intereses y trayectorias poéticas. En todo lo que respecta
a la poesía, el uso de una lengua no es más que el elemento más básico de la
cuestión. La relación con ciertos “lenguajes” poéticos, con tradiciones y
formas a las que se han dado preferencias en ciertas comunidades y no en otras,
complica sustancialmente la relación con el canon preferido por los críticos
del país de acogida; aunque no pueden descartarse coincidencias fundamentales
entre los autores latinoamericanos y los españoles, especialmente cuando los
autores llegan a edad temprana al país, parece cierto que el lugar en el que se
aprende a escribir, con el entramado de conexiones históricas y culturales
asociadas a él, tiende a demarcar afinidades que en otros espacios resultan
excéntricas o marginales. La aceptación simplista de la famosa afirmación de
Pessoa —“La única patria del poema es su lengua”— implica en este caso la
aceptación de que las diferencias derivadas de la inserción, física e
intelectual, de un autor en un espacio distinto al de su tradición, no tienen
mayor importancia.
De nuevo nos encontramos ante un ejemplo de cómo un
punto de partida igualitario termina por ser desfavorable a aquellos cuyas
circunstancias son singulares dentro de cierto contexto. Sucede algo similar a
lo que los estudios feministas han venido señalando desde hace décadas: que la
calidad literaria funciona con frecuencia como coartada para desatender a
ciertas minorías.
Algunas resistencias a tomar en consideración los
rasgos diferenciales que identifiquen a los autores desplazados parten de la
convicción de que, finalmente, todo poeta es un exiliado. En esa postura, y a
raíz de la consideración de distintos exilios, coinciden un gran número de
autores, hasta el punto de que se podría decir que se trata de un lugar común
bastante extendido. Es verdaderamente sorprendente que la introducción de un
elemento metafórico haya terminado por contribuir al desinterés por ciertas
situaciones históricas, pero esta parece ser la lógica que opera en estos
casos: el poeta, por el hecho mismo de serlo, es metafóricamente hablando un
exiliado; por lo tanto, el caso de los que se ven separados de hecho de su
lugar de formación no tiene nada de excepcional. Gracias a este presupuesto una
condición que puede ser crucial para entender a un individuo desde una
perspectiva social se supone irrelevante para su obra. Esta perspectiva insiste
en la existencia de una comunidad poética en la que sólo cabe diferenciar los
textos (y los autores) por matices de estilo; esto termina en muchos casos por
reducirse a la utilización de un criterio de calidad estética que, sin embargo,
nunca está exento de condicionantes como, por ejemplo, los nacionales. Para lo
que se discute aquí esta actitud significa desarticular, de entrada, el
potencial crítico de algunas de las prácticas literarias de los autores
desplazados. Aunque también es cierto que hemos comenzado a ver apuestas
críticas capaces de hacer lecturas muy significativas a partir de la consideración
del exilio como una posición no estrictamente relacionada con la situación
histórica de los autores. Un ejemplo muy cercano: Poesía como Exilio. En los límites de la comunicación del también
poeta (de origen argentino) Arturo Borra.
La posición del migrante concentra una tensión en
torno a su escritura: si de un lado su posición excéntrica le convierte en un
elemento de disgregación del pacto igualador que cimientan las posiciones
nacionales, por otro, el alcance público de su tarea sirve para roturar un
nuevo territorio para aquellos cuya actitud respecto a las tradiciones escapa a
las previsiones establecidas. Aquí la metáfora del escritor como exiliado se
recupera a favor del desplazado en términos reales: su posición le convierte en
un referente para la apertura de nuevos espacios. Este referente responde a la
lógica de la descentralización que preside algunos fenómenos propios de la
postmodernidad, donde lo excéntrico deviene central, donde lo marginal es
protagonista.
Este vuelco de la perspectiva puede transformar las
posiciones críticas y creativas. Si prestamos atención especializada a estos
factores la reflexión sobre la literatura desplazada podría convertirse
en reflexión sobre el desplazamiento de la literatura, es decir sobre el
modo en que su presencia impulsa nuevas relaciones con la escritura. No se
trataría tanto de profundizar en diferencias arbitrarias como de considerarlas
y sacar consecuencias sobre efecto de la literatura “nomádica” en las formas
modernas de hacer y de entender. Esta es una discusión convergente con otros
aspectos mejor explorados de literatura postmoderna, como la literatura de
mujeres; la apertura de nuevos espacios de legitimidad literaria y crítica
relativiza los abusos que la asimilación forzada a los parámetros de la mayoría
han causado tradicionalmente entre aquellos que, por convicción o
circunstancias, disentimos.
No hay porqué ser ingenuo respecto al alcance que el
diálogo entre estos dos fenómenos (poesía y desplazamiento) puede tener en
nuestra sociedad. Supongo que son más los interesados en no ver las
posibilidades de transformación que los que encuentran en ella una esperanza.
En cualquier caso, en lo que respecta a este fenómeno apenas estamos comenzando
a sentar las bases de lo que, de seguir las cosas como están, no tendremos más
remedio que seguir hablando. Nunca es demasiado pronto para comenzar a escuchar
a los principales interesados.
* Este
reproduce con ligeros cambios y actualizaciones el que se publicó en el número
6 de la revista Paralelo Sur. Una
visión más matizada sobre el asunto puede leerse en Extracomunitarios. Nueve poetas latinoamericanos en España. Madrid:
FCE, 2013
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