martes, 11 de diciembre de 2018

POESÍA Y DESPLAZAMIENTO. Benito del Pliego


Revista Alameda 39. Número 3

Poesía y desplazamiento: el caso de los poetas latinoamericanos en España*
Benito del Pliego

De migraciones y poetas

Si las historias nacionales de la literatura tuvieran que dejar de lado las obras escritas fuera del lugar de origen de sus autores, nos encontraríamos con un panorama significativamente diferente del que nos ponen hoy ante la vista los manuales de literatura. La separación del lugar de origen (el exilio, el viaje, la expatriación) son temas centrales para la literatura de todos los tiempos, en parte porque estos desplazamientos (forzados o deseados) son una constante en la humanidad. También en los textos fundacionales de las literaturas romances de la Península este asunto está presente: las jarchas indagan con frecuencia en el dolor que produce la separación del amado; en El mío Cid el exilio del héroe castellano es una parte esencial de la trama. El asunto se convierte en una constante desde el romanticismo, y no solo porque la situación política española desencadena el primer exilio masivo de intelectuales, sino también porque la figura del viajero y el extranjero ganan en estatura simbólica. Sin embargo, nunca había habido tantos autores escribiendo fuera de su lugar de origen como en el presente, ni tantas personas interesadas en las particularidades de sus historias. Claro está que los motivos de estas migraciones tienen poco que ver con motivos estéticos (como sucedía a principios del siglo XX con artistas que buscaban en Francia el epicentro de las artes de su tiempo). La diáspora literaria de hoy crece junto a los movimientos migratorios que se vienen produciendo en las últimas décadas y han comenzado a ofrecer frutos que cuestionan los modelos tradicionales de comprensión y transmisión de la literatura propuestos por las instituciones literarias de los países a donde esos escritores llegan. Por esta vía la conexión entre literatura y migración comienza a dar lugar a consideraciones donde lo sociológico y lo estrictamente literario se ven obligados a dialogar. Un diálogo de ese tipo sigue a continuación en relación a dos aspectos específicos dentro de estos campos: el de la poesía y el de los poetas latinoamericanos establecidos en España.

Migraciones, poesía y discurso de masas.

Se estima que existen en el mundo unos 250 millones de personas que trabajan fuera de su lugar de origen. Lo más llamativo de este fenómeno no es, sin embargo, el número (un porcentaje mínimo de la población global), sino la honda repercusión que tiene tanto en las sociedades implicadas de uno y otro lado. En España, un país que estuvo enviando remesas de trabajadores al extranjero hasta los años 70, la cantidad de los nacidos en otro lugar se multiplicó desde los años 90 y los primeros de la (llamada) crisis económica y llegó a situarse por encima del diez por ciento de la población total. En Porcentaje, este fue uno de los incrementos más acelerados del mundo, muy próximo al de dos de las regiones con una tradición más fuerte y sostenida, EE.UU. y Alemania. Sin embargo, en cuanto la significación de estos datos solo puede medirse teniendo presente la respuesta social que tiene, probablemente lo que mejor refleja la importancia del fenómeno es su continua aparición entre los temas que, según las encuestas oficiales de opinión pública, más preocupaban a los españoles; un indicador complementario parece ser la permanente cobertura que hacen de él (y de sus reverberaciones políticas) los medios de comunicación. Hoy, tras casi una década de “crisis” el signo migratorio vuelve a ser positivo y la población de españoles nacidos en el extranjero es de unos cuatro millones y medio.
No hace falta mirar muy lejos para darse cuenta de que los efectos del desplazamiento masivo de personas, tal y como se produce en muchas sociedades desde mediados del XX, tiene complejas ramificaciones. La amplia presencia de la inmigración como tema en las artes y la literatura ratifica la sensación de que tiene una evidente derivación cultural. Al hilo de esta expansión han surgido nuevos campos de estudios (los estudios postcoloniales y las áreas étnicas de ciertas literaturas nacionales) y también aportaciones teóricas tan significativas como las de Edward Said. Por otro lado, algunos de los creadores y de las poblaciones marcadas de algún modo por la experiencia del desplazamiento también han encontrado una aceptación pública indiscutible; así, por ejemplo, en Estados Unidos, asuntos como la literatura hispana en sus diferentes manifestaciones (chicana, nuyorican, cubana…) ocupa ya un espacio propio tanto en los temarios de los departamentos de inglés de las universidades, como en las librerías y las bibliotecas.
A juzgar por ese interés, lo que el cine, la novela o la fotografía tengan que decir sobre este asunto es muy significativo. Estos medios ámbitos una vía más de comunicación para (y con) los que se ven directamente tocados por la experiencia; además, la producción cultural de (o sobre) estas minorías supone una alternativa a los discursos que tienden a presentarlos de forma unívoca desde los espacios de poder... Los medios de comunicación de masas son una de las voces más ensordecedoras en esta discusión; a través de ellos hemos acumulado toda una gama de imágenes estridentes, a veces apocalípticas, relacionadas con los aspectos más duros del desplazamiento, la emigración y el exilio; estas voces funcionan como una verdadera apisonadora crítica que impide cualquier discusión de fondo. Frente a este tipo de construcción plana del fenómeno, es esencial tener claro que las repercusiones individuales y sociales no son uniformes, y van más allá de las situaciones de emergencia con la que la pantalla oscurece nuestra vista. Es aquí donde las representaciones artísticas del tema adquieren una importancia capital, pues, en el mejor de los casos, combaten los estereotipos que estamos denunciando.
Acercarnos a este tema desde una perspectiva tan específica como la de los poetas permite, en cambio, leer toda una gama de respuestas creativas donde este (y de otros) asuntos hacen su aparición mediante un uso individualizado de la palabra. Ciertos aspectos, ciertas actitudes, ciertas simbolizaciones que encontramos en los poetas, responden a nociones compartidas con corrientes de pensamiento, pero como en el poema raramente nos encontramos con referentes inequívocos, estos temas solo surgen como parte de la búsqueda poética que un texto provoca en los lectores. En otras palabras, como en poesía la búsqueda formal es parte intrínseca del sentido del poema, cualquier aproximación a este (o a otros temas) tendrá que ser trasversal, metafórica, mediada por la conciencia del lenguaje.
Esto no significa que el poema deje de ser relevante para para el tema que se trata aquí. Prestar atención al modo que se formaliza el sentido de un poema nos ayuda a ver aquello que los medios de comunicación hacen invisible: la acción y la ideología del lenguaje en el debate sobre los desplazamientos. La poesía obra en sentido opuesto al del discurso político y mediático; mientras este encaja lo que sucede en fórmulas e ideas pre-establecidas, busca en su análisis la confirmación de las teorías que sustentan su discurso, confunde lo real con una representación plana y predecible, una convención domesticada por un lenguaje no menos convencional. El poema, en el mejor de los casos, desencadena el lenguaje de los prejuicios que ciegan su capacidad significativa, y nos hace experimentar aquello que el poema crea; también la intemperie y la inestabilidad, también el trasbordo de lo familiar a lo extraño.

Del desplazamiento de los poetas al desplazamiento en poesía.

Por supuesto, el diálogo entre los términos desplazamiento y literatura no solo concierne a la perspectiva social. El debate también tiene consecuencias literarias: contemplar la poesía a la luz del fenómeno del desplazamiento pone en evidencia una serie de tópicos que operan sobre ella modelando su comprensión y sus alcances. Hay dos asuntos fundamentales para la tradición literaria moderna que hay que repensar a la luz de este asunto: el carácter nacional de las tradiciones poéticas y la noción romántica de que todo poeta es, metafóricamente, un exiliado. A estas ideas habría que añadir, en el caso del grupo de poetas que se considera aquí, otro asunto que les afecta de forma particular: la supuesta unidad de la poesía escrita en castellano (por encima y más allá de sus orígenes nacionales).
El asunto de la nacionalidad y el de la lengua están estrechamente vinculados desde el Romanticismo. En cuanto la lengua se ha venido considerando el fundamento de un espíritu nacional, la comunidad establecida en torno a ella legitima las demarcaciones políticas, y sus manifestaciones literarias se someten a organización y transmisión canónica nunca exenta de intención. Los conflictos que estas justificaciones han provocado a lo largo de la historia están a la vista de todos; la identidad nacional sigue considerándose en términos excluyentes, aunque de hecho la inscripción de los individuos en estos ámbitos sea relativa y flexible: se puede ser, y de hecho se es, por ejemplo, español (y por tanto europeo) y latinoamericano, sin que esto implique mayores contradicciones. Esta superposición de identidades es una muestra más de lo que sucede en otros terrenos de la subjetividad.
Los presupuestos nacionalistas siguen siendo un factor determinante en la configuración de los panoramas literarios que, con demasiada frecuencia, constituyen la principal puerta de entrada para los lectores a la poesía. La antología es un instrumento (un género) fundamental para la divulgación de las obras poéticas y, consecuentemente, para el establecimiento de lo que es, en ese ámbito, representativo de cierta cultura. Estas antologías tienen fuertes fundamentos nacionales y lingüísticos, aún en casos como el español donde la multiplicidad debería ser un asunto consabido. Es inevitable comprender los factores de carácter práctico que siguen dando vigencia a estas coordenadas; pero también hay que reconocer sus limitaciones, su ideología y el carácter convencional de estos criterios; de ningún modo nos encontramos ante hechos naturales y, en este sentido, cabe la posibilidad de entenderlos desde otras perspectivas.
De hecho, la práctica crítica ha comenzado a dejar ver cierto tipo de contradicciones.  Los autores latinoamericanos establecidos en el territorio nacional son en este sentido uno de los mejores indicadores de la ambivalencia crítica. Si, por un lado, la condición de extranjería sigue pesando en la percepción pública incluso después de décadas de residencia, por otro, la vinculación lingüística ofrece una vía innegable de integración. Las tensiones inherentes hacen que ocasionalmente se crucen los márgenes estrictamente nacionales. Así en las últimas décadas han ido aparecido antologías de poesía en las que se incluyen autores de origen latinoamericano ubicados en España como Julio Espinosa Guerra, Andrés Fisher, Carlos Vitale, Neus Aguado, Rodolfo Häsler, Laura Giordani, Óscar Pirot... Este acierto crítico, que rompe con la visión nacionalista más estrecha, podría haber sido culminado de haberse tenido en cuenta el carácter diferencial que este hecho introduce en la situación (y en la escritura) de alguno de estos autores. El no-reconocimiento del vínculo entre estos poetas subestima la importancia que el desplazamiento puede tener en la conformación de las respectivas miradas poéticas y en la posición que ocupan en el panorama literario cuyo marco de referencia sigue siendo acotado en términos de nacionalidad. La actitud igualitaria de los críticos termina por obviar ciertos rasgos, quizá fundamentales, vinculados a la condición desplazada de este tipo de autores.
También la lengua, paradójicamente, puede suponer otro condicionante que dificulta su visibilidad. Si les coloca en mejor situación que a los inmigrantes para quienes el castellano comenzó siendo una lengua extranjera (de los hay una abundante presencia en España), también encubre las divergencias en sus intereses y trayectorias poéticas. En todo lo que respecta a la poesía, el uso de una lengua no es más que el elemento más básico de la cuestión. La relación con ciertos “lenguajes” poéticos, con tradiciones y formas a las que se han dado preferencias en ciertas comunidades y no en otras, complica sustancialmente la relación con el canon preferido por los críticos del país de acogida; aunque no pueden descartarse coincidencias fundamentales entre los autores latinoamericanos y los españoles, especialmente cuando los autores llegan a edad temprana al país, parece cierto que el lugar en el que se aprende a escribir, con el entramado de conexiones históricas y culturales asociadas a él, tiende a demarcar afinidades que en otros espacios resultan excéntricas o marginales. La aceptación simplista de la famosa afirmación de Pessoa —“La única patria del poema es su lengua”— implica en este caso la aceptación de que las diferencias derivadas de la inserción, física e intelectual, de un autor en un espacio distinto al de su tradición, no tienen mayor importancia.
De nuevo nos encontramos ante un ejemplo de cómo un punto de partida igualitario termina por ser desfavorable a aquellos cuyas circunstancias son singulares dentro de cierto contexto. Sucede algo similar a lo que los estudios feministas han venido señalando desde hace décadas: que la calidad literaria funciona con frecuencia como coartada para desatender a ciertas minorías.
Algunas resistencias a tomar en consideración los rasgos diferenciales que identifiquen a los autores desplazados parten de la convicción de que, finalmente, todo poeta es un exiliado. En esa postura, y a raíz de la consideración de distintos exilios, coinciden un gran número de autores, hasta el punto de que se podría decir que se trata de un lugar común bastante extendido. Es verdaderamente sorprendente que la introducción de un elemento metafórico haya terminado por contribuir al desinterés por ciertas situaciones históricas, pero esta parece ser la lógica que opera en estos casos: el poeta, por el hecho mismo de serlo, es metafóricamente hablando un exiliado; por lo tanto, el caso de los que se ven separados de hecho de su lugar de formación no tiene nada de excepcional. Gracias a este presupuesto una condición que puede ser crucial para entender a un individuo desde una perspectiva social se supone irrelevante para su obra. Esta perspectiva insiste en la existencia de una comunidad poética en la que sólo cabe diferenciar los textos (y los autores) por matices de estilo; esto termina en muchos casos por reducirse a la utilización de un criterio de calidad estética que, sin embargo, nunca está exento de condicionantes como, por ejemplo, los nacionales. Para lo que se discute aquí esta actitud significa desarticular, de entrada, el potencial crítico de algunas de las prácticas literarias de los autores desplazados. Aunque también es cierto que hemos comenzado a ver apuestas críticas capaces de hacer lecturas muy significativas a partir de la consideración del exilio como una posición no estrictamente relacionada con la situación histórica de los autores. Un ejemplo muy cercano: Poesía como Exilio. En los límites de la comunicación del también poeta (de origen argentino) Arturo Borra.
La posición del migrante concentra una tensión en torno a su escritura: si de un lado su posición excéntrica le convierte en un elemento de disgregación del pacto igualador que cimientan las posiciones nacionales, por otro, el alcance público de su tarea sirve para roturar un nuevo territorio para aquellos cuya actitud respecto a las tradiciones escapa a las previsiones establecidas. Aquí la metáfora del escritor como exiliado se recupera a favor del desplazado en términos reales: su posición le convierte en un referente para la apertura de nuevos espacios. Este referente responde a la lógica de la descentralización que preside algunos fenómenos propios de la postmodernidad, donde lo excéntrico deviene central, donde lo marginal es protagonista.
Este vuelco de la perspectiva puede transformar las posiciones críticas y creativas. Si prestamos atención especializada a estos factores la reflexión sobre la literatura desplazada podría convertirse en reflexión sobre el desplazamiento de la literatura, es decir sobre el modo en que su presencia impulsa nuevas relaciones con la escritura. No se trataría tanto de profundizar en diferencias arbitrarias como de considerarlas y sacar consecuencias sobre efecto de la literatura “nomádica” en las formas modernas de hacer y de entender. Esta es una discusión convergente con otros aspectos mejor explorados de literatura postmoderna, como la literatura de mujeres; la apertura de nuevos espacios de legitimidad literaria y crítica relativiza los abusos que la asimilación forzada a los parámetros de la mayoría han causado tradicionalmente entre aquellos que, por convicción o circunstancias, disentimos.
No hay porqué ser ingenuo respecto al alcance que el diálogo entre estos dos fenómenos (poesía y desplazamiento) puede tener en nuestra sociedad. Supongo que son más los interesados en no ver las posibilidades de transformación que los que encuentran en ella una esperanza. En cualquier caso, en lo que respecta a este fenómeno apenas estamos comenzando a sentar las bases de lo que, de seguir las cosas como están, no tendremos más remedio que seguir hablando. Nunca es demasiado pronto para comenzar a escuchar a los principales interesados.



* Este reproduce con ligeros cambios y actualizaciones el que se publicó en el número 6 de la revista Paralelo Sur. Una visión más matizada sobre el asunto puede leerse en Extracomunitarios. Nueve poetas latinoamericanos en España. Madrid: FCE, 2013

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