Rafael Camarasa (Valencia, 1963). No es doctor por ninguna Universidad, si acaso, paciente de muchos doctores. Forma parte del grupo poético anárquico (no por ideología, que también, sino por su bendito caos vital) surgido en los años ochenta de una Valencia desinhibida, alrededor del café Cavallers de Neu, regentado por Uberto Stabile. Entre los poetas que allí se encontraban cabe destacar al propio Stabile, a F.F. Meneses, Jesús Zomeño, Javier Azcona y Fernando Garcín. Precisamente con este último dirigió la colección de poesía La línea de sombra, donde publicaron muchos de aquellos poetas. Entre otros, ha publicado los libros de poemas Cromos, VI Premio Paiporta de Creación Poética (Editorial Denes, Valencia, 2007); El sitio justo, Premio Internacional de poesía Palabra Ibérica (Colección Palabra Ibérica, Punta Umbría, 2008), con traducción al portugués; Cabos sueltos (Diarios de Helena, Elche, 2003 y Ediciones Contrabando, Valencia, 2018). En breve se publicará el poemario Sin noticias de Liliput, ganador del XXXII Premio Internacional de poesía Barcarola, 2017. Sus poemas han aparecido en revistas como Litoral y Barcarola, así como en diversas antologías. En narrativa ha publicado los libros de relatos Feos, XVII Premios Otoño Villa de Chiva de Narrativa Breve (Editorial Denes, Valencia, 2009) y Lo normal (Ediciones Contrabando, Valencia, 2017).
(antes de la batalla)
Se acicala despreocupado entre perfumes.
En su adentro apenas hay estancias. Una para soñar
y otra para querer.
No necesita armarios ni patio trasero.
Lo alimenta el frenesí y el desgarrado brillo,
el incesante murmullo de los mercados,
y si el cielo se convierte en piedra y se derrumba,
lo hallarás en la lista de muertos.
Da envidia verlo caminar bajo la lluvia
sin paraguas y sin buscar refugio.
Él es lo que ves. Todavía.
Y se moja porque le gusta.
(altos vuelos)
Cierro los ojos y veo azafatas. Delicadas y deliciosas.
Con sombrerito azul y falda ajustada,
salidas de películas color pastel.
Profesionales que hacen grato mi vuelo
para que olvide el terror a las corbatas,
que me suministran Prozac y cacahuetes,
y sonríen si les pido matrimonio.
Tiernos gamos asustadizos que desaparecen de mi lado
cuando una voz anuncia por megafonía
el nombre de la siguiente parada.
Las puertas del metro se abren,
y entran y salen criaturas. Todas con prisa.
Todas sin pausa. Todas en dirección contraria
a la que corren mis azafatas.
(la joven de la perla)
No es tu cuerpo lo que miro, chica ofendida y sonrosada,
aunque eres bella hasta decir basta
y yo no soy una efigie. Es tu aire lo que admiro,
tan distinto al que me envuelve,
a pesar de que un análisis de ambos
arrojaría valores similares.
En mi atmósfera cargada de plomo,
tu entusiasmo sería un gas noble
y flotaría como el vuelo de una falda en los bailes
y verbenas de verano. Más que verte, huelo en ti
el aire de mí mismo en otro aire.
Y no te imagino desnuda. Si acaso,
solo en bikini.
( Publicado en Las hojas del Baobab, 16 )
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